lunes, 31 de agosto de 2009

El toque final

Hay dichos de la gente que a uno lo dejan pensando, y decide darles una ubicación preferencial en la memoria. Eso me sucedió con las palabras de un anciano que de tanto en tanto decía: —Si una cosa vale la pena hacerla, entonces vale la pena hacerla bien.
Mirándolo desde otro ángulo, podríamos expresarlo así:
—“Si no vale la pena hacerlo bien, ¿es sabio hacerlo para que salga como salga?” “Si no vale la pena terminarlo, ¿valía la pena haberlo comenzado?”
Es cierto, a veces empezamos algo muy ilusionados, y más tarde comprendemos que le hemos asignado un valor que no merecía y hemos esperado un resultado que no podía producirse. Entonces es lógico decir” basta” y transferir el entusiasmo a una empresa mejor.
Pero, lo que no nos da gozo ni provecho, ni satisfacción de conciencia, ni vindicación ante nuestros propios ojos, es lo que uno no termina por dejarse estar, aunque valía la pena lograrlo.
Hay una antigua ilustración muy conocida: “Por falta de un clavo se perdió una herradura, por una herradura se perdió un caballo, por un caballo se perdió un jinete, por un jinete se perdió una batalla, por una batalla se perdió un imperio”.
Aunque las cosas que dejemos a medio hacer, no puedan abarcar tanto en sus últimas consecuencias como aquel clavo que no estaba en su lugar, muchas veces nos vemos obligados a admitir el valor de los pequeños detalles. Una llave es un objeto diminuto, pero tiene mucho que ver con la seguridad de la casa: una píldora es algo insignificante, pero puede tener gran influencia en la salud si es el remedio acertado, o en los peores trastornos, si es un remedio equivocado. Cosas pequeñas pueden cambiar el final de un drama, tal como aquel clavo que faltaba en la herradura, podía haber cambiado una página de historia.
Tu maestra se disgustó porque llevaste a la escuela un mapa sin terminar. Faltaban algunos ríos y no habías coloreado las manchas en verde que representaban las zonas agrícolas.
¿Te imaginas cómo afectarían nuestra vida las creaciones más importantes, si Dios las hubiera dejado sin terminar? ¿Para qué serviríamos nosotros mismos, si no tuviéramos el acabado perfecto?
No pude menos que hacerme estas preguntas, leyendo un artículo sobre el milagro que es nuestro cuerpo. No habría fin de hablar de las actividades que nos permiten disfrutar nuestros huesos y de las obras asombrosas que logran nuestras manos, jamás igualadas por ninguna herramienta que se haya inventado. De las células se ha dicho que cada una de ellas es más complicada que una gran ciudad. Las venas, las arterias, y la circulación de la sangre, son maravillas que ocupan capítulos enteros en las enciclopedias. Pero, ¿qué habría sido de toda esa obra de ingeniería, si Dios no le hubiera puesto el toque final, una invalorable vestidura de piel, que crece de continuo para adaptarse al tamaño del cuerpo, y ha demostrado poder durar más de cien años, si un humano alcanza a vivirlos. y podría durar eternamente por su sistema de zurcido invisible y auto re- novación?
La piel se clasifica como un órgano, el más grande de todos. A pesar de los admirables logros de la industria textil, el hombre jamás ha hecho un tejido tan flexible, tan fuerte y durable como la piel humana. Es tan importante para la vida como el cerebro, los pulmones y el corazón. A pesar de estar perforada por millones de poros, esto, en vez de debilitarla, resulta en que sea más fuerte. Puede resistir el frío, el calor, las inundaciones, las sequías, los ácidos y las substancias alcalinas. Tiene la propiedad de eliminar toxinas y desperdicios del cuerpo a través de los poros, y produce pigmento para defenderse de los rayos solares.
Los mismos poros que se abren cautelosamente hacia afuera, para dejar salir lo que no se necesita, se retienen cautelosamente en cuanto a lo que van a dejar entrar. No permiten la afluencia del agua y otras substancias, porque si no. seríamos como esponjas que se hinchan y pierden su forma y su peso normal.
Nuestra piel se compone de más de veinte capas de escamas, que son células muertas. Las células nuevas, que se forman en la parte inferior de la epidermis, empujan hacia afuera a las que van muriendo. Al lavar la piel, o con el roce, estas células muertas se van desprendiendo y van siendo reemplazadas por las nuevas. Las vemos en la ropa, o flotando en el agua del baño. A pesar de este continuo movimiento, la piel no se pone seca y escamosa, porque hay glándulas aceiteras que la mantienen lubricada. Si en una parte del cuerpo la piel se desgasta demasiado, esa zona delicada se llena de agua para proteger la piel nueva que se está formando. A esto le llamamos una ampolla. Se presentan muchas veces por el roce del zapato en los pies, o en las manos por el roce de una herramienta que no es tamos acostumbrados a usar. Por eso, no es sabio pinchar las ampollas. Cuando la piel nueva ya no necesita estar protegida por esa agua, la ampolla, se abre por sí misma y la deja correr.
La piel también hace las veces de despensa de primeros auxilios, guardando una provisión adecuada de grasa, agua, azúcares, sal y otros materiales, con el fin de descargarlos en la sangre para que esta alimente a las células agotadas que han perdido estos elementos. La sangre y la piel son aliadas que trabajan juntas en perfecta armonía. Cuando hace mucho calor y los órganos internos necesitan refrescarse, envían la sangre a los vasos sanguíneos de la piel donde se ventila y pierde temperatura. Así se normaliza la sensación térmica del cuerpo. Si hace frío, los vasos sanguíneos se cierran para que la sangre no afluya a la superficie y se mantenga el calor interno. Es lo mismo que hacemos nosotros en casa, cuando hace frío, no abrimos las ventanas como en verano.
Si el Creador no nos hubiera puesto este traje perfecto y admirable, como toque final de su obra, habríamos quedado indefensos, anulados para un sin fin de funciones. Ningún forro de hechura humana podría sustituirlo.
El que deja las cosas sin terminar, es alguien que olvida que Dios nos hizo a su imagen y semejanza. De acuerdo a nuestras limitaciones, a nuestra pequeñez, que desde todo punto de vista no tiene comparación con la grandeza de El, debemos esforzarnos por imitarlo como Modelo supremo, y grabarnos en la mente esta importante resolución:
‘Si vale la pena hacerlo, merece el toque final”.

Álef Guímel

2 comentarios:

  1. Excelente trabajo Sole, me gusta lo que dicen tus palabras y tambien todo lo que no dicen pero reflejan, sigue escribiendo , que yo seguiré disfrutando.

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  2. Mili, muchas gracias. Sabes que este espacio, espera por tus hermosas letras.

    Un fuerte abrazo.

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